El Culebreo



               EL  CULEBRÓN

 

 

  Aún no había despuntado el día cuando Roberto Troncoso apagó la cafetera. Se sirvió el café con un poco de leche y unas gotas copiosas del pacharán que su abuelo seguía haciendo en su cobertizo de la aldea donde vivía y donde nació él. Llevaba viviendo en Taza desde no se acordaba cuando, pero la nostalgia le invadía casi diariamente al beberse el café.
     El sargento Buendía le había despertado cuando soñaba con Ainoa y mientras miraba por la ventana le maldijo. Siempre había esperado  aquella llamada, pero en Taza nunca ocurría nada que valiera despertar al inspector de policía.
     Apenas pudo entender nada de lo que el sargento le decía, solo sabía que la extranjera estaba muerta. Cadáver, pensó, mientras le daban la noticia. Tenía que ser Amelié, era la única extranjera que vivía por aquellos andurriales.
     Cuando llegó al prado algo alejado del pueblo y vio la furgoneta de Amelié se estremeció. Se dio realmente cuenta que era su cuerpo el que estaba desparramado al fondo, bajo la manta. Encendió un cigarrillo para disimular la turbación que nadie habría podido constatar ya que el jaleo que había en el lugar era enloquecedor.
 El Sargento Buendía se había encargado de destrozar todo el prado, y los policías en practicas estaban tan desconcertados que por no saber que hacer, se movían como abombados por todo el recinto.
     María, la amiga de la extranjera estaba en estado de casi histeria y él la cogió por el brazo y la aparto del lugar sin entender como nadie lo había hecho antes.
     Mandó que se la llevarán al pueblo y se acercó a Giliberto Vázquez, el medico del pueblo, para que le contará que coño había pasado.
Vázquez solo le pudo decir lo obvio, que estaba muerta y que hasta que no le hicieran la autopsia no podía aclararle nada.
     Nadie sabía realmente como había llegado Amelié a vivir a Taza.
     Taza era una pedanía en la sierra, de Torrecastañar, un lugar muy concurrido en el verano pero alejado de toda la parafernalia de la ciudad y de Almenas del Rey, lugar donde el turismo era de alto estanding, como decía la señora alcaldesa, Teresa Aquirre,  que se moría por construir toda la ladera de la montaña de lujosas viviendas pero que, para su desgracia, en la puta pedanía había una laguna que era lugar de hábitat de los “aberronchos verdes”, únicos en su especie y se había montado un grupo de ecologistas en su defensa. También ocurría que desde hace muchas décadas vivían unos jipis, como se les conocía en el pueblo a pesar de haber cambiado sus viejas furgonetas por todo terrenos, tener tv por satélite y piscinas en vez de pozas, pero eran autosuficientes con sus huertitos donde cultivaban y vendían los tomates más ricos que Roberto Troncoso hubiera comido en años, y hacían la vida imposible a la especulación. La señora alcaldesa soñaba que los aberronchos morían del mal de las aves locas y desviaba el agua para la construcción de sus adosados con campo de golf.
     Los jipis habían comprado por tres perras y ocupaban una buena zona de Taza.
 Putos aberronchos.


    Roberto Troncoso miraba el prado lleno de tristeza pensando en Amelié. El mismo era un desterrado y un echo del que no había hablado nunca con nadie, salvo con Amelié, le había llevado a Taza
     Por eso ahora mismo se sentía tan turbado, tan triste. Ella era la única persona con la que había intimado, a espaldas de todo el pueblo, y verla despojada de la vida que tanto amaba le producía un dolor que el mismo nunca imaginó que viviría después del que sintió con Ainoa.
     “Inspector- le gritó uno de los policías sacándole de sus entrañas”
     “Dígame, López”
     “¿Que qué hacemos con este animal?
     Era la perrita que él encontró en la cuneta y que le había llevado a Amelié. “Toma- le dijo- es como tú. Desamparada.” Ella se carcajeó como hacía siempre, “ Qué mi vida sea solitaria y que esté muy perdida, no quiere decir que esté desamparada, Roberto. Es mi manera de vivir.”
     Al final se quedó la perra, sorda de nacimiento, y la llamó Ludwiga.

     Amelié llegó al pueblo hace unos pocos años, casi tres. Era canadiense y al morir su padre vino a Almenas del Rey a encontrarse con su madre y con la vida que ella había creado al abandonarles. Nunca imaginó que tendría una hermana y nunca imaginó que la recibirían con tanta frialdad y tanta falta de cariño. Por eso se refugió en Taza.
     Roberto Troncoso, al coger en brazos a la perra no pudo evitar sollozar. La metió en la parte trasera del coche, envuelta en una manta, y decidió volver a Taza.



  En Taza parecía que los problemas surgían como setas. La comisaría estaba colapsada de gente, unos para interesarse por la muerta simplemente por cariño, simpatía o morbo y otros para saber a quien tenían que reclamar, o cobrar. Entre ellos estaba “El Seta”, un personaje que no le agradaba nada al inspector Troncoso, ya que habían tenido sus mas y sus menos por una ampliación que efectuó en su casa. Había durado lo que El Seta decidió que durará y el inspector tenía la sensación que le había estafado, ya que entre otras cosas había utilizado su garaje como almacén de herramientas mientras el coche del inspector, un antiguo xxxx, vivía al aire y por consiguiente había perdido también el color.  Mierda, jamás debí comprarme el coche metalizado, pero claro, el nunca imaginó que él y su coche acabarían en una zona tan caliente, donde el sol azotaba casi todo el año.  En Torrecastañar, los árboles y el verdor hacían que la temperatura fuera aguantable, pero todo cambiaba cuando se pasaba a este lado de la montaña.  Grandes espacios, secarrales. Era todo un misterio la laguna con los aberronchos verdes. Todo un misterio, se decía el inspector mientras creía entender algo de lo que le decía El Seta.


     Mira Pepe, estamos en un momento muy doloroso para mucha gente del pueblo. Una vecina nuestra acaba de morir de una manera más que trágica  gilipollas se dijo para sí mismo “no es momento de plantear nada de lo que me dices. Espera a que las cosas se calmen. Habrá que hablar con la familia” su cariñosa familia pensó irónicamente “Vete y déjanos trabajar.”





     Miró de reojo al sargento López, el cual captó el mensaje y poniéndose en pie sacó a todo los vecinos de la comisaría, incluido El Seta que no paraba de refunfuñar.


     Roberto Troncoso se acercó a la ventana a tomar aire, a no dejarse vencer por la emoción y vio como El Seta era metido literalmente en su Mercedes segundamanero y se alejaba, no sin antes mirar hacia la ventana donde se encontraba el Inspector y dirigirle una mirada amenazante.  Troncoso se sintió cansado.



     Vanesa, la hija del adjunto López, que hacía prácticas en la comisaría se le acercó cariñosamente con un café
     --Tome Roberto, beba y pensemos que hacer.

     A Roberto le hacía mucha gracia la muchacha porque siempre ponía más interés del que realmente debiera.
     --¿Ha hablado alguien con sus padres?
     --Amelié no tenía padres, murieron hace unos años. Tiene hermanas, pero no me siento con muchas fuerzas para hablar con ellas.
     --No se preocupe, Roberto, de me  los teléfonos y yo les comunicaré los hechos
     Troncoso sonrió.
     -- Gracias Vane, no te preocupes, tarde o temprano tengo que hacer frente a la situación, y mejor que lo haga cuanto antes.
     Vanesa lo miró con tristeza porque sabía de la amistad con Amelié.
     -- ¿Viven en Torrecastañar?
     -- No, sé que una hermana vive  en Almenas  pero no sé donde vive el resto. Vas a tener que ir a casa de Amelié y mirar si en alguna agenda tiene los teléfonos, sino, busca en la guía.
      Vanesa sabía perfectamente que nadie de su familia vivía por allí. El verano pasado vino su hermana pequeña, Paloma, tan rubia, tan guapa, tan gorda, y las vio comiendo muy a menudo en la casa de comidas, y en la tienda de Rafaela, y siempre pidiendo cosas que no había, según Rafaela ni existían, claro que Rafaela había perdido todo contacto con la modernez desde mucho tiempo antes, y solo vendía lo imprescindible y lo más exquisito de vez en cuando atendiendo a algún cliente que le hacía el pedido. Vanesa se encargaba cuando bajaba a Almenas  de comprarlo. Es decir que cuando llegaba lo encargado a la tienda, el cliente ya no lo necesitaba o se lo había comprado él mismo. Lo superfluo a Almenas, contestaba Rafaela quedándose tan tranquila. Era un misterio que le funcionara el negocio.

       La casa de Amelié estaba al fondo del pueblo. Era una casa de dos plantas bastante simple pero con una hermosa parra, que estaba empezando a brotar y al fondo del jardín una buganvilla de un color fucsia violento que le daba una belleza especial al lugar. El resto eran plantas autóctonas, que nadie del pueblo entendía que no las arrancará y pusiera unas baldosas en condiciones, pero a Roberto Troncoso le parecía un lugar tan acogedor que pasaba tardes bajo la buganvilla charlando con el Doctor Vázquez de sus cosas, estuviera la dueña o no. Lo tomaban a modo de parque y la cerrada gente del lugar los mirában con cierta antipatía. La típica reacción cuando alguien hace cosas que ellos no hacían. Los condenaban automáticamente.
      Entraron por la cocina que siempre estaba abierta y estaba todo como si alguien hubiera salido precipitadamente y solo se hubiera acordado de cerrar el gas.

 En cinco minutos comenzaba la rueda de prensa que ella misma había convocado y Teresa Caspedal no las tenía todas consigo. Deseó desaparecer y mimetizarse con los Putos Aberronchos de la Laguna.
 Necesitaba serenidad y seguridad y en esos momentos le fallaban ambos.
 Al entrar en la sala se relajó y se sonrio. Había pocos medios y la sangre le volvió al cuerpo dispuesta a despacharlos en un santiamen, malditos periodistuchos.
"Buenos días..." 
"Perdón Señoría" la voz de Vanesa "Al no estar acostumbrados a tal despliegue estamos teniendo problemas al acreditar al personal.
 La Caspedal miró al fondo y dislumbró al otro lado de la puerta un barullo descomunal
Tembló un poco y maldijo su chulería al decir al partido que ella se desembarazaba solita!!


     La casa estaba bastante ordenada, cosa que le extraño a RobertoTroncoso pero en principio no le dio mucha importancia. Recorrió las habitaciones con el adjunto López cuando escucharon ruido en la entrada de la casa. María la amiga de Amelié acababa de llegar. Su casa estaba en el mismo camino que habían tomado los policías y seguramente al verlos pasar se acercó.  Estaba mucho más tranquila que cuando la vio por última vez el inspector. Se dijo a sí mismo que nadie hubiera podido mantener la calma si encuentra un cadáver. Más cuando es el de una amiga. Entró en silencio y solo cuando el adjunto López y el inspector bajaron de recorrer el piso superior dio muestras de que estaba allí. Inconscientemente, con ese instinto que uno tiene después de llevar casi toda una vida en la policía, Troncoso dio un vistazo general a la habitación de la que procedía la amiga de la victima. Era el cuartito que ella utilizaba como estudio. Pequeño pero muy agradable, con mucha luz, era el único de la planta baja que tenía un gran ventanal y daba al valle y a la laguna. Amelié siempre hablaba de tirar el muro que lo comunicaba con el comedor pero en el fondo decía, era como un pequeño refugio dentro de su propio refugio. De esta manera veía ella su casa. Como un lugar donde esconder su angustia y el dolor que no terminaba nunca de desaparecer por el rechazo de su madre y su familia
    -- Hola María- dijo el inspector- ¿Cómo estás?
    -- Bastante mejor, Roberto, no me hago a la idea de que Amelié nunca más estará con nosotros pero la vida sigue.......
    -- Para algunos ¿no?
    Roberto Troncoso fulminó con la mirada al sargento al que cada vez tachaba de más incompetente e imbécil.  No podía entender como Vane podía haber salido de él.
   -- He hablado con Paloma y Luisa, las hermanas de Amelié, bueno hermanas de madre, ya sabe inspector, y están en camino, seguramente llegarán por la noche.
     --¿Les has llamado tú, María?
     -- Si, Conocí a Paloma hace unos años y de vez en cuando me llamaba para que la informará sobre Amelié
     -- ¿Para que la informaras? ¿Ellas no hablaban?
     -- Bueno, no exactamente para informarla- Notó que María empezaba a titubear- Sabía que éramos amigas y si no pillaba aquí a su hermana daba por echo que estaba en mi casa.
     Que curioso, -- pensó Troncoso -- una pedanía tan pequeña y nunca pude imaginar que Amelié y María fueran tan intimas.
     ---Bueno- dijo dirigiéndose al adjunto López, ya que vienen los familiares no necesitamos buscar nada más. Esperaremos a hablar con ellos.
      Salieron todos juntos y charlaron un rato bajo la parra. Troncoso con la excusa de que iba a cerrar la puerta trasera entró en la casa y rápidamente se coló en el cuartito estudio y no notó  nada extraño salvo que el cajón pequeño del escritorio estaba mal cerrado. María también se dio cuenta de que el inspector controlaba el cuartito y dijo tranquilamente, por cierto he cogido la llave del buzón para recoger el correo.
      En el coche Roberto Troncoso daba vueltas a la mentira de María.El correo se daba en mano de toda la vida en Taza y si no estabas en casa te lo encontrabas tirado debajo de la puertaChelo la cartera no entendía de buzones y cuando la increpaban decía que pusieran buzones más grandes que los catálogos no entraban en esas birrias y no iba a perder el tiempo seleccionando tamaños, cuando después de entregar el correo se tenia que ir en su propio coche a Torrecastañar y el resto del discurso se perdía porque nadie tenía interés en la vida laboral del mundo correos.

     Estaba tomando un café con el doctor Vázquez cuando vio llegar el coche de quién supuso familia de Amelié.
    Del coche se bajaron una era rubia, pomposa y gorda- parafraseando a Vane-  y un hombre, que supuso su marido, un hombre anodino, con el pelo cortado como si fuera un adolescente, ya entrado en años. Miraron altivamente a su alrededor como si estuvieran esperando el comité de bienvenida el cual, les observaba desde la barra del bar. La rubia preguntó algo a unos chavales que la miraban embobados y miró hacía el bar. Cerraron el coche y se dirigieron hacía donde estaban ellos.
     Al entrar todo el mundo se volvió a mirarles, costumbre de todo pueblo pequeño que se precie. 



  “Buenas, un café y una caña, por favor” , pidió el hombre, con un leve acento francés “¿Sabe donde está el cuartel de la Guardia Civil?”
      Aquí no tenemos cuartel, para hablar con los picoletos tienen que ir a Torrecastañar,  han pasado por el pueblo para venir aquí.” Contestó Elías, de una manera algo cortante, que el cuñado de Amelié tomó por un deje del pueblo
      “ ¿Y hay autoridad competente en este pueblo?” chilló la rubia
     “Más bien incompetente, “ contestó Elías,  que era algo guasón y si no se intimidó por la presencia de Roberto fue porque era cliente y le consideraba amigo y además los forasteros se le habían atragantado desde el primer momento.
    “¿Buscan algo? -El Seta, ya estaba en la barra junto a la rubia que le miró con cara insolente y dijo bien alto para que todo el mundo lo oyera:
     --Pues sí, mi hermana vivía aquí, alguien la ha matado.
     El silencio se hizo espeso como una salsa bechamel, y todo el mundo dirigió sus miradas hacia el final de la barra donde Roberto Troncoso miraba, hasta este momento divertido, la escena.

   
   Susana se levantó con un dolor de cabeza mayor de lo habitual. Su hija había estado comiendo en casa con su última novia. Una birria le había parecido a Susana. Nunca aprobaba a las novias de su hija. En realidad no aprobaba su homosexualidad pero eso jamás lo reconocería una hija directa del jipismo mundial. De la misma manera que no reconocía que su hijo pequeño hubiera optado por estudiar una carrera  en vez de dedicarse a trabajar con su padre y a ganar dinero. Para Susana era lo importante en la vida, el dinero. Aparentar ser muy abierta y ocultar a los demás que “nadas” en la abundancia. No vaya a ser que te crezcan los parásitos. No se daba cuenta que si estaba sola no era por que no tenía parásitos. Lo que no tenia era amigosAmelié lo intentó al llegar. Susana la recibió con los brazos abiertos simplemente porque era extranjera, no podía ser tan vulgar como los lugareños. Pero duro poco tiempo la amistad. Eran mundos distintos.
Influyó que la reparación de la casa, como todo en Tazapasaba por El Seta y ella no iba a reconocer que su marido era un geta. Era una de las razones por las que discutía a menudo con su hija. Odiaba a su padre y para ser justos a su madre también, le ponía enferma que le hiciera el juego a la alcaldesaTeresa- sans- moral, como la apodaban ella y su hermano, jugando con su apellido, (Caspedal) , El Seta la criticaba, como Susana jugaba a ser de izquierdas, pero le 

    

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